La historia del béisbol recorre Estados Unidos y Japón. Es un lazo tejido a lo largo de la historia del deporte y sus más grandes figuras, conectando a ambas naciones por más de 150 años. Ni el mismo Nostradamus habría podido prever lo que sucedería en las décadas posteriores a la llegada del maestro Horace Wilson a Japón en 1872, cuando comenzó a enseñar el juego de béisbol a sus entusiastas alumnos. Porque hoy, en la antesala de una nueva temporada de Major League Baseball, presenciamos un partido único en la vida.
Aquí, dentro del Tokyo Dome, tenemos a los campeones de la Serie Mundial, los Dodgers de Los Ángeles, liderados por un trío de superestrellas japonesas: al frente, el atleta más extraordinariamente dotado que haya pisado un diamante, Shohei Ohtani, y dos lanzadores con un talento generacional, Roki Sasaki y Yoshinobu Yamamoto.
Los Cachorros, otro de los clubes legendarios del béisbol, cuentan con Seiya Suzuki, cinco veces llamado consecutivo al Juego de Estrellas de la NPB, y con el especialista en cambios de velocidad y carismático lanzador Shota Imanaga, quien acaba de disputar su primer Juego de Estrellas de MLB en su temporada de novato en Estados Unidos.
Ya se han disputado partidos de Grandes Ligas en Japón, e incluso el recién exaltado al Salón de la Fama del Béisbol, Ichiro Suzuki, participó en ellos, pero nunca antes se habían reunido tantas estrellas japonesas en un mismo encuentro. Nunca antes la presencia de jugadores japoneses en los rosters de MLB, o de estadounidenses en equipos de la NPB, había sido la norma, la expectativa. Como queda demostrado en cada roster, el béisbol es, sin duda, un juego verdaderamente global.
Este puede ser el partido de MLB con más estrellas en la historia del Tokyo Dome, pero está lejos de ser la primera asociación entre estas dos naciones apasionadas por el béisbol. Después de que el deporte floreciera en el país tras la labor de Wilson para difundirlo (aunque investigaciones recientes del historiador oficial de la NPB, Nobby Ito, sugieren que ya se jugaban partidos de béisbol cerca de Osaka antes de su llegada), el equipo de béisbol de la Universidad de Waseda viajó a la Universidad de Stanford en 1905 para aprender más sobre el estilo de juego estadounidense. Durante esa gira, en la que recorrieron la costa oeste de Estados Unidos, los jugadores incorporaron nuevos conocimientos, como el windup, los lanzamientos rompientes, los zapatos con spikes, las técnicas de deslizamiento, los coaches de base, la jugada de squeeze play y las prácticas de bateo y fildeo, según explicó Ito.
Eso no fue todo: inspirados por las porras y la música de las bandas universitarias, los jugadores de Waseda regresaron e incorporaron la idea. Así nació el ōendan, o escuadrones de animación japoneses, cuyas distintivas canciones de aliento, acompañadas de tambores taiko y trompetas, se convirtieron en una de las características más emblemáticas de la experiencia del aficionado en Japón.
Ya desde entonces, el intercambio de ideas, estilos de juego e incluso culturas de aficionados estaba en marcha, evolucionando y enriqueciendo el béisbol.

Los equipos estadounidenses pronto devolvieron el gesto, y en 1907, un equipo de exalumnos de una universidad de St. Louis (que acababa de ganar la Liga de Béisbol de Honolulu, 51 años antes de que Hawái se convirtiera en un estado de EE.UU.) llegó a Japón. Más de 100 equipos estadounidenses, tanto universitarios como profesionales, emprendieron travesías para disputar estas series, conocidas como “Nichibei Yakyu”. “Nichibei significa ‘Japón y EE.UU.’, derivado de los primeros kanji utilizados para escribir Japón y Estados Unidos de América”, escribió el historiador de béisbol japonés Rob Fitts. “Yakyu es el nombre japonés para el béisbol”.
Estos viajes, que unían a ambas naciones a través de su amor compartido por el béisbol, quizás alcanzaron su punto culminante cuando Babe Ruth llevó un equipo de “All-Americans” a Japón. No se trataba de cualquier equipo de Grandes Ligas, sino de verdaderas leyendas: nombres como Lou Gehrig, Jimmie Foxx, Lefty Gomez y Charlie Gehringer, todos alineados en un equipo dirigido por el legendario Connie Mack.
Figura mítica en todos los sentidos, la personalidad arrolladora de Ruth atrajo multitudes de fanáticos en cada uno de los 19 juegos que el equipo disputó en el país, con miles vitoreando cada vez que Ruth enviaba un vuelacercas a las gradas.

Ese legado sigue vivo hoy: en 2002, se erigió una estatua de Babe Ruth en el Parque Zoológico de Yagiyama en Sendai, exactamente en el lugar donde conectó su primer jonrón en la gira.
Casi 30 años después de la llegada de Ruth, Masanori Murakami se convirtió en el primer jugador japonés en alcanzar las Grandes Ligas. La intención original era que él y dos compañeros asistieran a los entrenamientos primaverales de los Gigantes para aprender aspectos del entrenamiento de MLB, pero Murakami sorprendió a todos: brilló en el montículo con Fresno, California, fue homenajeado con un “Día del Japonés-Americano” en el estadio de Ligas Menores y, en el otoño, recibió el llamado a las Grandes Ligas.
“Nuestro sueño se ha hecho realidad después de 30 años de esfuerzo desde la fundación del béisbol profesional [japonés]”, escribió un reportero en la revista “Shukan Baseball”.
Al igual que la gira de Ruth medio siglo antes, equipos de estrellas de MLB regresaron a Japón en 1979, con figuras y futuros miembros del Salón de la Fama como Rod Carew, Lou Brock, Ozzie Smith, Ted Simmons, Paul Molitor y Phil Niekro. Se enfrentaron a ocho jugadores que más tarde serían exaltados al Salón de la Fama del Béisbol Japonés, incluyendo a Sadaharu Oh, Yutaka Fukumoto, Koji Yamamoto y Tsutomu Wakamatsu, así como los lanzadores Choji Murata, Keishi Suzuki, Hisashi Yamada y Manabu Kitabeppu.
Incluso los dos más grandes jonroneros del juego, Hank Aaron, con sus 755 cuadrangulares en MLB, y Oh, con 858 bambinazos en Japón, se unieron en un mismo propósito, viéndose a sí mismos como embajadores del deporte en lugar de rivales por la corona de jonrones. Juntos fundaron la Feria Mundial de Béisbol Infantil en 1990, con la misión de “fomentar la amistad entre niños y ayudar a crear un mundo sin fronteras”.
Esa feria aún se celebra hoy, y su mayor legado es el número de niños que cada verano experimentan el béisbol y lo juegan con personas de todo el mundo.

En 2000, MLB inauguró la temporada en Tokio por primera vez, con los Mets y los Cachorros jugando ante un estadio repleto y vibrante.
Cuatro años después, MLB volvió y la leyenda japonesa Hideki Matsui conectó el primer hit del año con un doble. Luego, en ese mismo partido, disparó un jonrón a las gradas llenas del outfield.
Hoy en día, las estrellas japonesas llegan a Grandes Ligas y brillan con luz propia: Hideo Nomo deslumbró con su inconfundible windup y desató la “Nomomanía”, Ichiro estableció el récord de hits en una temporada y Ohtani destrozó 50 cuadrangulares y robó 50 bases en una misma campaña, una hazaña antes impensable.
Los jugadores de MLB han viajado a Japón en busca de ampliar sus horizontes y adoptar nuevos estilos de juego. Algunos incluso han establecido récords en la NPB. Matt Murton tuvo brevemente la marca de más hits en una temporada, y Wladimir Balentien disparó 60 jonrones.
Es un momento mágico para ser aficionado al béisbol, ya sea en Japón, Estados Unidos o cualquier otra parte del mundo. Existen cuentas en inglés dedicadas al béisbol japonés y cuentas en japonés centradas en las Grandes Ligas. Los jugadores de MLB siguen aprendiendo nuevas técnicas de sus compañeros japoneses, e incluso algunos han revivido sus carreras jugando en el extranjero antes de regresar, como hizo el lanzador de los Rangers, Tony Barnette, hace casi una década.
Decenas de millones de fanáticos han visto con asombro y emoción cómo Japón ha conquistado tres Clásicos Mundiales de Béisbol, el último de ellos con un dramático ponche en cuenta de 3-2 de Ohtani a su entonces compañero Mike Trout.
Ochenta y un peloteros nacidos en Japón han jugado en campos de Grandes Ligas, y ese número seguramente seguirá creciendo, mientras más países y fanáticos se inspiran con las grandes figuras que verán en el terreno este martes.
Desde Horace Wilson hasta la Nomomanía; desde Ichiro Suzuki estableciendo el récord de hits en una temporada hasta los majestuosos batazos de Tuffy Rhodes en la NPB; desde Ohtani ponchando a Trout hasta, bueno, Ohtani logrando una temporada de 50/50, la pasión compartida por el béisbol entre Japón y Estados Unidos sigue haciendo que este deporte sea mejor, más brillante y más emocionante que nunca.