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Recordando el impacto del 11 de septiembre en Grandes Ligas

Redacción Por Redacción
11 / 09 / 2025
septiembre

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Las historias de cómo Major League Baseball, sus jugadores y su personal reaccionaron a la tragedia del 11 de septiembre palidecen en comparación con los relatos de los valientes bomberos que subieron los escalones de las Torres Gemelas o de los pasajeros que se armaron de valor para someter a los secuestradores en el Vuelo 93. Pero son relatos que, de todas formas, reflejan cuánto impactó una tragedia nacional al pasatiempo nacional. Aquí compartimos algunas de esas historias. (Nota: este artículo se publicó originalmente en inglés en 2016).

La línea salió disparada por la raya del jardín izquierdo, un último intento en una temporada perdida. Tal vez caería en terreno bueno. Tal vez los dos corredores en base anotarían y recortarían la desventaja de 5-1 que enfrentaban los Angelinos con dos outs en el noveno inning ante Arthur Rhodes. Tal vez ese sería el batazo que encendería un cierre digno para un año frustrante de Tim Salmon.

No fue así.

Un jardinero izquierdo llamado Charles Gipson usó su gran velocidad para lanzarse de cabeza y atrapar la bola. Fue a las 10:14 p.m. PT.

Juego terminado.

“¿Es en serio?”, pensó Salmon. “Ese fue mi año, resumido en una sola jugada”.

De regreso a su casa en el Condado de Orange, Salmon pasó la noche junto a su buen amigo y asesor financiero, Don Christensen, lamentándose de su promedio de .230 en una temporada que, tras una cirugía en el hombro, nunca despegó. Era el año más miserable de su carrera y, como le confesó a Christensen esa noche, no veía la hora de que terminara.

Así que en las primeras horas de la mañana del 11 de septiembre de 2001, Salmon se fue a dormir sin saber que acababa de hacer el último out de lo que se sentiría como la última noche normal en Estados Unidos.

El debut que nunca fue

“Esto ya está fastidiando”.

Los peloteros son criaturas de la noche, obligados por el calendario de la temporada. Una llamada en la mañana es una molestia. Y mucho más en el día de tu debut en Grandes Ligas. Una serie de llamadas telefónicas en la mañana de tu debut —incluso si son de amigos o familiares deseándote suerte— son motivo de agitación.

Jason Middlebrook había trabajado demasiado y esperado tanto para llegar a ese día. Años antes, era un joven derecho con gran proyección que dominaba a sus rivales en la preparatoria en Grass Lake, Michigan, que lanzó para la selección de Estados Unidos en el Campeonato Mundial Juvenil de Béisbol y tuvo una temporada tan inspiradora en su primer año en Stanford que Baseball America lo nombró Lanzador de Primer Año del Año.

Pero en su segundo año, su codo empezó a doler. Llegaron la cirugía y los ajustes mecánicos para tratar de recuperar lo perdido. Middlebrook tuvo un golpe de suerte en 1996, cuando los Padres lo seleccionaron en el draft y le dieron un bono de US$755,000, una cifra insólita para un jugador tomado en la novena ronda. Y durante los siguientes cinco años, libró una larga y lenta batalla hacia las Mayores, soportando una serie de obstáculos estadísticos y físicos, hasta que finalmente San Diego lo convocó en septiembre de 2001. A los 26 años, estaba programado para hacer su debut ese martes en el Qualcomm Stadium, y lo único que quería era descansar unas horas más en la mañana.

Pero ese maldito teléfono no dejaba de sonar.

Middlebrook finalmente lo contestó. Su esposa, Wendy, estaba al otro lado de la línea, llorando.

“Enciende la tele”, le dijo, y Middlebrook hizo lo indicado y vio lo que todos vimos.

“Olvídense de mi debut”, pensó. “Nuestras vidas acaban de cambiar”.

La persecución en pausa

Con la temporada detenida, también lo estaba la historia.

Cuando Salmon hizo ese último out del 10 de septiembre, los Marineros —liderados por un increíble novato llamado Ichiro— mejoraron su marca a un asombroso 104-40, reduciendo su número mágico en el Oeste de la Liga Americana a dos y manteniendo el paso para lograr la mayor cantidad de victorias en la historia del béisbol.

Pero ninguna carrera hacia los libros de récords recibió tanta atención como la de Barry Bonds rumbo a la marca de jonrones en una temporada que Mark McGwire había establecido apenas tres años antes.

En el último juego de los Gigantes antes de los atentados y la posterior suspensión, un domingo por la tarde en el Coors Field de Colorado, Bonds tuvo una de las jornadas más emblemáticas de su temporada. Igualó a Roger Maris con su jonrón número 61 en la primera entrada ante Scott Elarton, agregó otro cuadrangular en solitario en el quinto capítulo contra el mismo lanzador y luego conectó un vuelacercas de tres carreras ante Todd Belitz para culminar con una ofensiva de cinco anotaciones en el inning 11. Sorprendentemente, el público de Colorado comenzó a corear: “¡Bar-ry! ¡Bar-ry! ¡Bar-ry!”.

“No creo haber visto nunca a un jugador visitante recibir una ovación para salir de la cueva”, dijo después a los reporteros J.T. Snow, inicialista de los Gigantes.

La marcha de Bonds hacia McGwire fue metódica. Apenas se podía detener uno a procesar o apreciar que su bambinazo Nro. 62 había superado la marca de Maris para un bateador zurdo, porque el Nro. 63 llegaba casi de inmediato.

“Esto”, dijo el pitcher ganador Wayne Gomes, “es divertido”.

La diversión, sin embargo, dio paso rápidamente a la agonizante incertidumbre y al dolor desgarrador de una mañana de martes cuando el terror llegó a nuestra puerta. Y, por un buen tiempo, algo que parecía tan magnético —un hombre adulto tratando de mandar pelotas por encima de una barda— se sintió absolutamente frívolo, incluso para él mismo. Cuando el juego se reanudó seis días después de los ataques, le preguntaron a Bonds si él y su bate tenían el poder de sanar o al menos distraer a Estados Unidos.

“No”, respondió solemnemente, “no a menos que tenga el poder de devolver la vida”.

Fuera lo que fuera lo que se pensara de Bonds durante su carrera, su perspectiva sobre su persecución en medio de tanta devastación fue saludable entonces y lo sigue siendo ahora.

“Yo no quiero volver jamás a ese día”, asegura.

El regreso incómodo

Mantener la perspectiva fue algo sencillo en los días inmediatos tras los ataques.

En circunstancias normales, el lanzador Steve Sparks, por ejemplo, todavía estaría lamentando lo que ocurrió la noche anterior, cuando el bullpen de los Tigres no pudo mantener la ventaja que él dejó. Sparks cometió un solo error en sus 6.1 entradas ese lunes por la noche en Motown: permitió un triple de Corey Koskie que preparó el terreno para un elevado de sacrificio de un bateador designado dominicano de 25 años llamado David Ortiz. Detroit ganaba 2-1 cuando Sparks salió en el séptimo. Pero los Mellizos empataron en el octavo y lo dejaron en el terreno en el noveno con otro elevado de sacrificio.

“Muchas veces no tienes buena perspectiva después de un juego hasta que algo realmente te golpea en la cara”, dice Sparks ahora. “Y, obviamente, esto nos golpeó a todos de frente”.

El entonces comisionado Bud Selig consultó con los comisionados de otros deportes y con el presidente George W. Bush antes de tomar la decisión de reanudar el juego el lunes 17 de septiembre. Esa noche, el narrador de los Cardenales, Jack Buck, resumió la emoción de la ocasión recitando un poema en el Busch Stadium que terminó con un enfático: “¿Debemos estar aquí? ¡Sí!”.

Pero para muchos jugadores en el terreno, volver a jugar fue algo incómodo.

“Recuerdo la primera vez que lancé después de eso, sentí un vacío en el pecho”, cuenta Sparks. “Se sentía insignificante. Te sentías vacío allá afuera”.

Los integrantes de los equipos de Nueva York fueron los más afectados emocionalmente. Los Yankees estaban en la ciudad al momento de los ataques, y el mánager Joe Torre encabezó una delegación de jugadores que visitaron distintos lugares, consolando a los equipos de emergencia y a familiares de las víctimas. Y todos recordamos cuando los Mets jugaron el primer evento deportivo profesional en Nueva York tras el 11 de septiembre y Mike Piazza conectó aquel épico y emotivo jonrón.

Pero la primera acción oficial de los Mets tras la suspensión se dio en el PNC Park de Pittsburgh. Los Mets y los Piratas intercambiaron las fechas de localía de dos series de finales de temporada para que el Shea Stadium siguiera utilizándose como centro de acopio de suministros de rescate. El día 17, Al Leiter lanzó siete sólidos innings en una victoria como visitante de 4-1.

“Calentar”, recuerda Leiter, “no se sentía bien”.

En ese momento, con restos aún siendo recuperados y con Estados Unidos evaluando su respuesta militar, nada lo hacía.

Un inicio único

“Buena suerte, muchacho”.

Dodger Stadium. 17 de septiembre de 2001. Era el debut en Grandes Ligas que Middlebrook siempre había esperado, bajo circunstancias que jamás pudo haber imaginado.

Bruce Bochy le entregó la bola al novato en ese primer juego de regreso, manteniendo a Middlebrook en su turno en la rotación cuando muy fácilmente pudo haber hecho un ajuste. Y así fue: Middlebrook contra Kevin Brown, el hombre de US$105 millones de los Dodgers. Los compañeros de Middlebrook le sonreían con picardía en el clubhouse porque sabían que la combinación de rival, escenario y ocasión era demasiado para cualquiera en su primer juego.

“Jamás olvidaré calentar para ese partido”, recuerda Middlebrook. “Allá en el bullpen, estábamos yo, nuestro receptor del bullpen, el fallecido Darrel Akerfelds, y nuestro coach de bullpen, Greg Booker. Y, aparte de Kevin Brown y el personal de los Dodgers que lo ayudaban a calentar, éramos los únicos que no estábamos en el estadio o en el campo sosteniendo la bandera estadounidense. Así que nos detuvimos y pudimos ver esa magnífica muestra de patriotismo y unidad desde una perspectiva que muy pocos tuvimos la oportunidad de presenciar”.

Esa noche, Middlebrook consiguió su primer triunfo en Grandes Ligas, permitiendo una carrera y dos hits en seis innings. Fue una de apenas cuatro victorias en partes de tres temporadas de una carrera que no salió como había soñado, pero que aun así logró sentirse plena.

“El béisbol es implacable en muchos sentidos, pero me dio muchísimo más de lo que yo podría devolverle”, dice Middlebrook, quien ahora dirige una empresa de bienes raíces en Austin, Texas. “El béisbol me permitió ir a una buena universidad, donde conocí a mi esposa. Recibí un buen bono por firmar y llegué a Grandes Ligas. Ojalá, por el bien de nuestro país y de toda la gente que perdió amigos y seres queridos, que el 11 de septiembre nunca hubiera ocurrido, pero tuve esa experiencia verdaderamente única que jamás olvidaré”.

“La forma de nuestro mundo”

Quince años después, los momentos del 11 de septiembre y lo que lo rodeó siguen siendo tan vívidos para muchos de nosotros que incluso Salmon, un hombre que acumuló más de 7,000 visitas al plato con los Angelinos, recuerda claramente aquel último out aparentemente insignificante contra Rhodes y los Marineros.

Cuando su esposa lo despertó a la mañana siguiente con la horrible noticia, Salmon supo que su miserable temporada era irrelevante. Cuando, desde el patio de su casa en Tustin Ranch, pudo ver los jets militares F-16 de la Base Aérea del Cuerpo de Marines El Toro patrullando el cielo, entendió que su país, esencialmente aunque no de manera oficial todavía, estaba en guerra.

“Todos nos preguntábamos”, recuerda ahora, “cómo se vería la forma de nuestro mundo”.

Para Salmon, el regreso a la normalidad beisbolera llegó en 2002. Su hombro sanó y también lo hicieron sus números. Y como bono adicional, sus Angelinos ganaron la Serie Mundial en una emocionante serie de siete juegos contra los Gigantes. Un año que él quería desesperadamente olvidar abrió paso a un año inolvidable.

Esa es una historia de béisbol. A veces necesitamos de ellas. En nuestro país, en nuestro mundo, dejar atrás hechos dolorosos no es tan sencillo como volver a presentarse en el terreno la primavera siguiente. Y como nuestro pasado informa a nuestro presente, las repercusiones del 11 de septiembre se siguen sintiendo, 15 años después.

Así que brindemos por más historias de béisbol, más distracciones. Jóvenes subiendo a las Grandes Ligas, récords siendo perseguidos, banderines disputándose. Esas historias quedaron en pausa el 11 de septiembre de 2001. Y quizá, de alguna manera muy pequeña, su reanudación una semana después ayudó al proceso de sanación y a adaptarnos a nuestra nueva normalidad.


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