La ciudad de Nueva York se ha convertido en una metrópoli en la que cualquier residente podría perder el juicio ante el cúmulo de problemas de índole personal, de salud y/o económico que le afectan y que no presentan solución inmediata.
La semana pasada, y en menos de 12 horas, tres hombres murieron luego de saltar por separado frente a igual número de trenes en movimiento en Manhattan.
El primero, de 47 años, se lanzó frente al Tren 6 en la estación ubicada en la calle 86, en el Upper East Side. Eran las 8:00 de la mañana.
El segundo, de 22 años, lo hizo frente al Tren 2 en la estación de la calle 72, al oeste de la ciudad, a las 10:00 de la mañana. Y el tercero frente al Tren Q en la estación de la avenida Lexington y la calle 63 cerca de las 7 de la tarde.
Los investigadores policiales certificaron como suicidios los tres casos.
En un ataque de ira repentina, un desconocido la emprendió a golpes con un bate de béisbol a todo el que alcanzaba a su paso por la avenida Aqueduct, en el Bronx, el pasado jueves, enviando a varios al hospital Saint Barnabas con golpes severos en sus cuerpos.
El pánico y el terror llegaron a varios distritos de Brooklyn y Queens, cuando el pasado sábado 8 un pistolero abrió fuego desde una motocicleta en movimiento contra personas que caminaban por las vías públicas, dejando un saldo de un muerto y tres heridos.
Tras hacerse público el video de la agresión a través de los noticieros televisivos, Rubén Vargas, un amigo del atacante, lo identificó y dio parte a la policía.
Resultó ser Thomas Abreu, de 25 años, de origen dominicano, quien luego de ser arrestado en Queens, fue acusado por la fiscalía de un cargo de asesinato, dos de intento de asesinato y tres de posesión criminal de un arma de fuego calibre 9 mm.
Que un dominicano, de los casi un millón que viven en Nueva York, cometa un crimen de esa magnitud es raro, ya que son acciones que puede cometer cualquier persona y de cualquier nacionalidad con padecimientos de problemas mentales o bajo los efectos de drogas.
Si bien es cierto que hay un alto índice de hechos delictivos en esta ciudad en los últimos meses, la tasa de criminalidad en este estado continúa entre la más baja en comparación con otras ciudades de los Estados Unidos.
Lo preocupante es que una buena parte de los actos violentos que se suceden a diario en todos los estados de la Unión Americana, están relacionados con el incremento del tráfico y consumo de drogas narcóticas, y personas con problemas de salud mental.
Los que tuvieron la oportunidad de vivir en esta ciudad durante la década de 1980 y mediados de 1990, pueden testificar que la criminalidad, el robo y las violaciones se dispararon en Nueva York a partir del uso indiscriminado de la droga del crack que apareció en esa época.
Con la llegada de la pandemia del Covid-19 que mató a millones de personas a nivel global, se incrementó el desequilibrio mental en miles de personas tras padecer severos síntomas de depresión, tristeza, estrés y ansiedad al someterse a un encerramiento obligado y el miedo de ser infectado por el coronavirus.
Al sumar todo eso con la crisis económica actual que ha provocado la pérdida de empleos, las alzas de los precios de productos comestibles, de las medicinas, las rentas de apartamentos y pérdida de propiedades por incumplimiento de pagos bancarios, es para salir a las calles sin rumbo fijo, desorientado, completamente desquiciado.
En Manhattan, al igual que en otros condados, es muy notorio ver por dondequiera a personas durmiendo en las aceras sobre cartones o colchones viejos sacados de los basureros, defecando y orinando frente a los demás, algo ya fuera de control de las autoridades sanitarias y policiales.
A pesar de la existencia de cientos de refugios administrados por el Departamento de Servicios para Personas sin Hogar (DHS, por sus siglas en ingles) donde se facilitan albergue, alimentación y servicio médico gratuito, la mayoría de estas personas se reniegan a permanecer en ellos, se escapan con facilidad sin que los responsables de su atención puedan hacer nada.
Dentro de la gran crisis económica que afecta a Nueva York, uno de los negocios más lucrativos que se sigue expandiendo después de la pandemia, son los dispensarios para la venta de marihuana para consumo “medicinal y recreativo”, que ya sobrepasa los 70 establecimientos minoristas.
La Ley de Regulación e Impuestos de la Marihuana fue aprobada por ambas cámaras de la legislatura del Estado en el gobierno de Andrew Cuomo, en 2021, buscando ingresos fiscales por encima de los $300 millones de dólares.
De acuerdo con el motivo de su legalización, podríamos decir que por el fuerte hedor de la marihuana (para muchos) o agradable aroma (para otros) que se percibe en calles y avenidas, la mayoría de los neoyorkinos están enfermos y necesitan un tabaquito de marihuana como medicina, o un “pase” de esta “recreativa” droga para así olvidar los problemas que está enloqueciendo a muchos en la ciudad de los rascacielos.